martes, 23 de agosto de 2011

LOS INFECTADOS_CAPITULO 1


Mi corazón palpitaba estrepitosamente. Tenía la sensación de que se escuchaban los latidos que notaba en todo mi cuerpo. Acurrucado, abrazando a María José entre dos coches, esperábamos pasar desapercibidos ante el infectado que nos seguía. Una situación que últimamente estábamos viviendo muy a menudo.

Habíamos pasado por una calle donde había un pequeño comercio de alimentación. A simple vista no parecía haber peligro alguno. Una simple exploración al comercio, recoger las provisiones necesarias y seguir el largo camino.

María José se quedó cerca de la puerta, para avisar ante un posible ataque o trampa por parte de los lugareños que aún sobrevivían como nosotros por la zona. Los robos y ataques a otros grupos en estos últimos días habían crecido y no nos gustaría acabar antes de tiempo.

Sobrepasé el umbral de lo que era la antigua puerta. Cristales rotos por el suelo, señal de haber sido saqueada con anterioridad, me  hizo pensar que no habría ya alimentos para nosotros. Pero no había que perder la esperanza en estos tiempos, o acabarías mal.
Crucé la caja y observé el final del pasillo central el cual estaba delante de mía. Pese a estar oscuro, no se escuchaba ruido alguno.
Seguí hacía delante.

El comercio, se basaba en tres pasillos, dos cajas registradoras y la parte trasera, seguramente compuesta por alguna habitación o sala para personal, cámaras para la alimentación refrigerada o congelada y seguramente, como solía haber, una puerta trasera de emergencia.
Mi intención no era llegar al final, pero sí ver todos los pasillos posibles.
Observé las estanterías. Nada. Todo destrozado o caído por los suelos. De vez en cuando se observaba alguna cucaracha aparecer y desaparecer por debajo de la misma estantería.

Llegué al final del pasillo. Miré a los dos lados y no observé nada. Podía seguir.
A mi derecha, una esquina con una puerta, a la que atribuí que sería el cuarto para personal, ya que el cartel de “SOLO PERSONAL AUTORIZADO” me lo hacía pensar.
-No lo veré- pensé para mí mismo.

Podría ser una mala idea el abrir esa puerta y encontrarme con uno de esos, por lo que me decanté por el lado izquierdo, donde estaba la zona de legumbres y latas y la otra puerta que daba a la cámara de refrigerado y congelado autorizada solamente para el personal.
La luminosidad del local brillaba por su ausencia en esa zona. Solo veía reflejos de la luz de salida y a María José de vez en cuando asomándose

-¿estás bien?-
Me giré para responderla con tan mala suerte de dar con el brazo a un paquete de garbanzos abierto que cayó de golpe al suelo
-Joder, que paleto- pensé
-¿pasa algo?- habló María José alarmada ante el ruido.
-Nada, no pasa nada he tirad...-
Algo interrumpió mi respuesta.

En la cámara de refrigerado se escuchó un estruendo de golpes y cosas caerse. Algo había dentro y sinceramente, no me quedaría a ver que es.
Rápidamente, dejé de explorar el comercio y fui a la salida a velocidad, con tan mala suerte de resbalar con el mismo paquete de garbanzos que había tirado. El golpe fue bueno.
Los ruidos eran cada vez mayores.

Me intenté levantar clavándome algo en la mano de apoyo. L miré y observé una raja de la que emanaba sangre
-CUIDADO, HAY ALGO- grité a María José que rápidamente entro para ver mi estado por si necesitaba ayuda.
Vi que se ponía al principio de mi pasillo y de pronto, puso una cara de susto.

Esa cara me transmitió todo. Sabía que fuera lo que fuera, ya estaba casi detrás de mí. No me giré, sino corrí hacía la salida donde María José me gritaba que saliera.

Una sensación como que se te van las fuerzas del miedo y paralización de todo tu cuerpo se estaba empezando a apoderar de mí, pero no podía dejarme llevar por ella. Si lo hacía, estaba perdido.
Los ruidos se aceleraban detrás de mí.

Justo cuando pasé por caja, agarré una pequeña estantería de esas que ponen golosinas y chicles, totalmente vacía y la derrumbé.
Salí con cuidado de no caerme por los cristales caídos en la puerta mientras veía un último vistazo al interior del comercio.
Suerte la mía de haber tirado esa pequeña estantería.
Este  hecho hizo que esa cosa no me atrapase. Cayó y estaba empezando a levantarse.
-Vamos, vamos-
Corrí hasta donde María José, que ya se encontraba cerca de la carretera y en medio de dos coches  destrozados por una colisión.
Me acurruqué y la abracé.

-Debemos salir de aquí. Si hay uno es que cerca hay más. Además, desde hace rato creo que nos observan- me comentó en voz baja levantando su vista hacia los edificios y casas colindantes de la carretera.
-Creo que te voy a hacer caso...- no llegue a terminar la frase. Lo que me seguía en el interior del comercio había salido y emitiendo un breve gemido como si de una llamada o aviso se tratase, empezó a seguir los pasos que habíamos realizado.

Algunas veces me he llegado a plantear, si una vez te infectas, te mueres…te conviertes en uno de ellos, algo de tu pasado, de tu interior, sigue ahí. Yo creo que sí.
¿Comunicación? Creo que también, pero de manera muy instintiva, aunque lo que más les llama la atención, es el sentido olfativo. Se basan en el olor. Cualquier olor a “vida” que noten, y saben que estás ahí y está, era una de esas ocasiones que confirmaban mi pensamiento sobre ellos.

Sin pensarlo dos veces y siempre agachados para no ser observados, fuimos dejando nuestra cobertura provisional entre los dos coches y buscamos el siguiente coche parado en la carretera.

Sabía que entre cobertura y cobertura seríamos visibles ante su vista, pero me daba igual. Si llegábamos a la siguiente esquina le perderíamos de vista.
Hasta que por fín llegamos a esta.

2 comentarios:

  1. No sabia que habias comenzado una historia. Te la anuncio en el mio y ya te voy siguiendo. Un saludo.

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  2. muy buena la primera parte recien llegue por casualidad a esta historia , tienes un lector avido mas , felicitaciones desde Chile , y sigue adelante y gracias por escribir asi la red vale la pena ..

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