viernes, 20 de julio de 2012

LOS INFECTADOS_ZARAGOZA "Z" (CAP.ESPECIAL 1)

Hace unos días comuniqué por FACEBOOK la colaboración en el relato del escritor Chabi Angulo Hernandez ( 74 Brisas de la luna y Poemas de Jazz) aportando capitulos especiales al relato "LOS INFECTADOS"
Estos capitulos especiales, se desarrrollan paralelamente a lo acontecido en los demás capitulos pero en un escenario distinto:  ZARAGOZA

Desde aquí dar las gracias a Chabi Angulo por la gran aportación al relato, que poco a poco va cogiendo más aceptación entre los seguidores.

Ahora, toca que lo disfruteis vosotros y que opineis sobre ellos.

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               "Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.
                                                                     El principito (Antoine de Saint-Exupéry).



Hay que hacer pausas y reflexionar antes de cometer una atrocidad en el camino. Esos momentos, erróneos, son los que siempre se quedan tatuados en el cerebro para el resto de tus días. Un sabor, un olor, un lugar que has visto, el tacto de algo suave o escuchar alguna pieza clásica que pueda relajarnos y llevarnos al punto de inicio...

Pero hay cosas invisibles que notas con las miradas o escuchando un debate. Esas inmundicias que te hacen erizar los pelos de la nuca y que sientes que son pura maldad. Te callas, como mucho carraspeas esas palabras sucias que están haciendo hervir los cinco litros de líquido rojizo que pasan por tu cuerpo y prosigues con otro tema o te alejas como gato del agua.

Hoy, después de la gran infección, tuve que cambiar y añadir uno de esos tatuajes en mi mente. Llevaba días callándome y a sabiendas que podría pasar algo en este cuchitril, como una crisálida, eclosionó mi violencia acabando con mi compañero.


Él era uno de los empleados de este lugar. Cuando yo huía de las garras de un policía enloquecido por probar mi carne, él cerró la puerta del centro comercial donde trabajaba en el momento de la pandemia. Estuve pidiéndole a través de la puerta que me la abriera.

No tenia este machete, era un ser frágil, inocente… diría incluso, en mi contra, que siempre estuve protegido por mi madre. Mi madre… a saber dónde estará ahora.

Casi podía sentir el aliento de ese ser en mi nuca cuando la puerta se abrió y con las quejas del seboso de Oliver salve mi vida.

Pasaron minutos y dentro del centro comercial no se oían sino los ruidos de ese ser ansioso por entrar y convertirnos en su banquete particular. No se rendía dando sacudidas fuertes a la puerta. La entrada es un pasillo que va colmado de cuadros de algún pintor contemporáneo y no se escuchaban sino los sonidos desesperados del policía.

Mientras tanto estuvimos días deambulando por el lugar y cerramos cada puerta que daba al exterior. Oliver no hacia sino quejarse de todo. Por las noches le oía lloriquear. Siempre pronunciaba el nombre de Esther Padilla.

En los pequeños locales no había ninguno de esos cadáveres andantes pero en el supermercado sí había una mujer. Estaba encerrada en una cabina con una cristalera muy grande. Su cara estaba desfigurada y de cintura para arriba estaba desnuda. Prácticamente tenía puesto una falda azul con un cinturón pequeño de cuero. Su pelo estaba ya seco y apelmazado a causa de la sangre. Este último ya era oscura, seca y dejaba manchas en sus pechos como si le hubieran tirado una gran taza de café.

Daba golpes en el vidrio con la cabeza y dejaba manchas. Nos quedamos mirándola y observamos que la puerta, única que daba al cubículo, estaba cerrada con llave.

Oliver se puso nervioso y yo estaba como extasiado mirando como una mujer, por primera vez en mi vida, me deseaba. Irónico, ¿verdad?

Oliver me empujó para llevarme hacia el supermercado. Los golpes se escuchaban desde dentro de la cabina.

- Te buscas la vida amigo. Aquí el rey soy yo hasta que nos rescate el ejercito – Me explicaba mientras miraba los productos lácteos de una nevera del supermercado.

No le respondí, caminé por otro pasillo y pude localizar la sección de bazar. Había muchos blisteres bien colocados de herramientas. No pensaba sino en defenderme y la regla de oro era estar alejado de esas bestias.

De repente, me apoyé en el primer estante que estaba cerca de mi y no pude contener una arcada.

Oliver se acercó con las manos ocupadas con dos cestas de compras llenas de comida.

- jajaja, serás imbécil. Eres un puto cobarde – Se burlaba mientras dejaba las cestas en el suelo.

Le sonreí aun mirando mi propio vomito. Comencé a odiarle. Me estaba acelerando mi corazón con solo sentir su presencia y mi estomago hacia ruidos gástricos como si sentenciara su imagen con un nuevo vomito. Su olor se introducía en mis fosas nasales como un gas maloliente y nauseabundo.

El tipo siguió buscando lo que más le gustaba del supermercado pero yo, no. Primero quería saber defenderme de esas cosas porque tenía la suficiente comida hasta que llegara el rescate.

Cuando ya me repuse levanté la mirada y en el mismo estante había una radio. Eran de esas pequeñas de color gris que van con pilas y que los abuelos llevan a la plaza del barrio para escuchar el futbol.



Cuando salí de mi casa, antes de todo esto, recuerdo como estaba la calle. La gente corría de un lado a otro intentado salvar sus pertenencias por el estado de alarma que había y de repente se escucharon gritos que se mezclaron como si una bandada de pájaros piaran y uno fuera un buitre.

Mucha gente conseguían introducirse en los vehículos por seguridad pero estábamos los de a pie, congelados y mirando de un lado a otro de la calle. Dos tipos caminaban mirando hacía cada uno de nosotros. Parecían dos tigres escogiendo sus presas y éstas no daban crédito a lo que veían. Aun estaban a una distancia. Se anunciaban en la televisión como producto de un virus pero no lo tenían claro aun. Lo que vimos eran dos policías que no paraban de gruñir. Uno de ellos tenía el cuello desgarrado como si un perro enorme le clavara las fauces y arrancara sus carnes.

El otro no tenía nariz. Me costó mucho fijarme pero su labio superior y su nariz no se veían e imagine a dos policías arrestando un lunático que pretendía morder a una tercera persona. Les atacaría sin dudas ni remordimientos y estos dos no se lo esperaban.

La primera victima en caer fue un chaval con bicicleta y mochila. No le dio tiempo el reaccionar aun teniendo los pocos segundos que nos regalaron esos monstruos. Una mujer con un bebe en los brazos intentaba desesperadamente entrar en alguno de los coches donde una familia lloraba. La mujer del interior tapaba la cara de una niña de siete años que lloraba y el conductor, imagino que el padre, gritaba.

La mujer me miró viniendo hacía mi pero el otro policía la alcanzo saltando desde el capó de un vehiculo que hizo caer a la mujer al suelo.

Recuerdo correr sin mirar atrás la gente gritaba y salieron de todos lados. Lo que no me di cuenta es que una de esas bestias me seguía hasta que llegue al centro comercial.



Ahora… ahora tengo estos recuerdos. Estos son los comienzos de mi historia y estoy delante del cadáver del malnacido Oliver. Su cuerpo está lleno de sangre y yo… Dios mío, he matado.

Acabé con esta lacra que tenia la sociedad. Pero que estoy diciendo, ¿sociedad? ¿Dios?

No hay nada. Se acabo. Nos hemos destruido a nosotros mismos jugando a ser dioses y resulta que encima nos matamos entre nosotros.

No podía con sus mentiras. La gota que colmó todo esto es que la famosa Esther Padilla que nombraba en sus sueños era la chica muerta que estaba en la cabina. Esa pecera donde la mujer estuvo encerrada pertenecía a la lotería del estado. Era una cajera del supermercado que Oliver siempre acosaba y cuando llegó la pandemia ellos se quedaron encerrados… dijo él. Mentira, todo era una gran farsa para engañar a la chica.

El seboso intento violarla y con el forcejeo la mató. En unos minutos despertó pero convertida en una de esas cosas. Por eso se ponía nervioso cuando la escuchaba, cuando pasábamos a buscar más víveres y quiso acabar con su existencia pero algo salió mal.

Se nos fue de las manos pero pudimos escapar metiéndonos en ese cubículo maloliente donde no parabas de quejarte. Gracias a este lugar tan pequeño y sin nada de comer salvo una maquina de chocolatinas hablaste de tu crimen. No se como conseguiste convencerme para que acabáramos con ella pero ahora aporrea la puerta intentando vengarse. Todo se paga en este mundo Oliver, todo se paga.

Cuando lo confesaste no sabíamos cuanto nos quedaba de vida. Salió de tu boca como puñales afilados hacía mí. Eso no estaba nada bien.


Frente a mi hay un espejo y puedo verme. Oliver esta tirado en el suelo con la garganta abierta. Con tanta sangre no se si se ha ahogado en ella o desangrado como un cerdo.

Tengo barba, nunca me la había dejado tanto y mi camisa azul, sucia y con manchas de sangre esta para tirar. Los pantalones vaqueros negros que tengo están desgastados pero pueden aguantar una buena temporada. Mis ojos… nunca olvidaré esa imagen que me atormentará el resto de mis días. El machete que tengo en la mano no quiero soltarlo. Lo cogí del supermercado cuando planeamos matar a Esther. Bueno, lo que era ahora esa mujer.

Un ruido me alertó apartándome del cadáver de Oliver. Con movimientos bruscos intentaba ponerse de pie y emitía pequeños gruñidos. Me estaba poniendo más nervioso de lo que ya estaba. No podía esperar. Debía matarlo de inmediato.

La zombi que estaba fuera aporreaba más la puerta y de repente, Oliver giro lentamente como si despertara. Apoyó las dos manos para levantarse y me miró. Su cara estaba totalmente llena de sangre pero sus ojos eran diferentes.

- ¿Oliver? – Interrogué con un susurro temiendo lo peor.

Gritó y se disponía a saltar sobre mi si no fuera porque no dude en cortar una de sus manos. Me desplacé hacia un lado y observe como la criatura volvía a levantarse. No quería rendirse y no podía permitir que me mordiera. Seguía un instinto animal como si hubiese retrocedido en el tiempo.

- Lo siento de veras – Le dije levantando el machete sobre mi cabeza – descansa en paz cerdo.

El machete bajó acompañada por mi furia. El filo se clavó en su cráneo. Esa cosa ya no se movía. Este pequeño almacén se hacía más pequeño a cada segundo que pasaba. El olor de la sangre fresca se mezclaba con el hedor de todos estos días pasados.



Esther golpeaba la puerta con más ira. Creo que la monstruo quiere su ración. Debía salir de esa madriguera de la muerte y acabar con la mujer. Podría comer, asearme, cambiarme de ropa e incluso empezar la búsqueda de soluciones.

Creo que no se lo esperaba. Abrí la puerta y con rapidez clavé mi arma en su estomago. Seguía intentando cogerme con sus manos alargándolas lo máximo posible.

Le asesté una patada y cayó al suelo. Era mi oportunidad, nuevamente le propiné una patada para que no se levantara y luego, como con Oliver, maté a la mujer.

Miré a mí alrededor y no había nadie. Claro que no había nadie. Posiblemente sea la última persona en el mundo.

Ahora tenía que descansar y mañana será otro día.