martes, 21 de agosto de 2012

LOS INFECTADOS_ZARAGOZA "Z" (CAP. ESPECIAL 2)


Me cambié de ropa y me aseé como pude en los baños de mujeres. Había un silencio sepulcral de tal intensidad que todo lo que ocurrió en estas semanas me pareció una pesadilla. El contacto con el agua me ayudó  a sentirme mejor; estos días de comer a base de chocolatinas y agua me habían hecho perder unos kilos.

Estaba afeitándome, cuando me hice un corte en la mejilla y me obsesioné de tal forma que de tanto lavarme y restregarme con una toalla, la cara se me puso tan roja que me hizo sacar las mejores carcajadas… que acabaron apagándose para dar paso a las lágrimas.  ¿No era de locos todo lo que estaba pasando?

Dormí en unos sofás que había en medio del pasillo que tenía varias ventanas que daban a la ciudad de Zaragoza. He dicho sofás porque durante la noche me estuve despertando por ruidos en la calle y asomándome con precaución para no delatarme y cada vez que lo hacía me cambiaba de sofá. Ahí estaban, paseándose por la negra noche donde ya no había luces, pero sus siluetas vagaban de un lado a otro buscando cómo alimentarse, apoderarse del cuerpo de algún desgraciado y destrozarle como pasó cuando huía de mi casa.

Escuché un disparo en la lejanía. Fue en unas de las veces que cambiaba de sofá y el sonido recorrió mi cuerpo en forma de escalofríos y acompañados por el sentimiento de miedo. Mis labios comenzaron a temblar y como un niño pequeño me acerqué de nuevo a las ventanas. Miré todo el tiempo el patio de mercancías y el callejón pero no vi nada especial. Pensé en bajar al supermercado y trazar un plan para moverme y buscar a otros como yo.

Absorto aún con el pensamiento de irme no me percaté de que una de las puertas estaba abierta. Corrí por el pasillo nada más darme cuenta para bajar y averiguar cómo estaba la situación. Por el camino resbalé por culpa de los azulejos pero no llegué a caerme. Recuperé rápidamente el equilibrio y bajé las escaleras sin olvidarme de saltar en un rellano para ahorrarme unos escalones. Saqué del bolsillo una linterna que antes de subir a las oficinas había cogido de la tienda.

Tenía el corazón a punto de salirme por la boca y esto alimentaba mi desasosiego cada segundo que se sumaba a mi posible final.

- ¿Final? Vamos Ángel – Me animé a mi mismo – Eres estudiante de psicología y siempre has tenido autocontrol.

Paré en seco en medio del supermercado, aunque sentía mi propio pulso y escuchaba cómo mi respiración se aceleraba por momentos.

El silencio seguía acompañándome y mi sensación era que esta misma noche me estaba traicionando. Su mudez y la duda de saber si una de esas cosas me vigilaba entre un estante lleno de televisores para saltar sobre mi y devorarme me tenían en vilo.

La poca luz que había entraba por las ventanas y de la linterna que aún tenia en mi mano. La tenía sujeta con firmeza pero a pesar de ello temblaba.

De repente, de un lado del lineal salió una mujer mayor gruñendo como un perro. Su brazo izquierdo no estaba colocado en su sitio como debería ser, pero no podía impedirle que me mordiera.

Comenzó a acelerar el paso hacia mí cuando orienté la luz sin querer enfocando su cara. Estaba a escasos metros de ella y solo se me ocurrió coger un televisor pequeño y lanzarlo con tanta fuerza que sólo la hizo desequilibrar un poco. Hacer lo mismo que hice con Esther no iba a funcionar, así que sólo me quedaba la oportunidad de correr de nuevo y salir de ahí.

Llevaba unos zapatos de tacón bajo, así que podía escuchar sus pasos detrás de mí pero le costaba mucho alcanzarme. Me metí entre los lineales de electrodomésticos y me detuve un momento para localizar a mi depredadora. Su gruñido podría atraer a los que estaban fuera y no me apetecía ser la cena de nadie.

Entre las neveras me di cuenta de que estaba al otro lado intentando localizarme. Aproveché para tirar una de las neveras, intentando que cayera sobre ella para bloquearla. Sus gritos tenían que parar de una vez por todas. Quería acabar con ella de una vez e incluso acabar con toda esta pesadilla y volver a estar en mi piso estudiando para el examen de psicología social.
Me subí sobre la nevera que aún estaba encima de la señora. Tenía una fuerza descomunal pero podía mantenerme sobre la nevera, aunque parecía un surfista subido sobre su tabla cogiendo olas en las costas cántabras.

La mujer se movía tanto para quitarse de encima la nevera que me tiró hacia un lado dejándome en el suelo. La linterna daba vueltas en el suelo alumbrándonos con un efecto intermitente y sentado comencé a recular buscando algo para defenderme de la mujer mientras la veía venir arrastrándose con intención de agarrarme un pie con su única mano.

Palpé un objeto que podía coger con la mano y no dudé en estrellarlo en su cabeza. Se hizo pedazos y me di cuenta, cuando me quedé con el asa en la mano, de que era una jarra. Giré y pude ver que estaba en una balda llena de jarras de todo tipo. La linterna dejó de dar vueltas en el suelo y la alumbraba a ella. Era la ocasión de acabar con la mujer que se volvía de nuevo hacia mí.

Me sentí como un alemán en la Oktoberfest cogiendo dos jarras inmensas. Cuando le tiré las jarras la mujer siguió avanzando pero me dio tiempo a levantarme. Cuando caminé unos pasos de espalda, sin quitarle el ojo de encima, me di cuenta del extintor que colgaba en una columna. Rompí su cabeza con él. La mezcla de su pelo plateado con la sangre y restos de hueso craneal cruzó mi mente como si fuera un cartel luminoso de publicidad. Recogí la linterna del suelo y luego dejé caer el extintor al suelo.

No podía soportarlo más, estaba a punto de explotarme la cabeza. Tenía el pelo totalmente mojado de sudor y mi frente retenía algunas gotas que no bajaban hacía mis cejas, como si también se hubieran asustado por la experiencia pasada.

Comencé a andar hacia el local donde estaba con Oliver antes de quedarnos atrapados en el almacén. La linterna seguía funcionando y fui caminando por los lineales para llegar a mi destino, donde me esperaban la mochila y los alimentos para salir de aquí. Un sonido me puso los pelos de la nuca de punta y apresuré el paso. Estaban entrando por la tienda y no me quedaba otra que escapar de ahí. El único plan que veía factible era bajar al parking pero no sabía si tenía escapatoria desde ahí.

Cogí la mochila y metí varias latas de comida. Me acordé de la radio y de una palanca que había cogido con anterioridad. Cuando ya me colgué la mochila oscura a mi espalda salí al pasillo para mirar si estaban cerca. Podía escuchar sus pasos de un lado a otro; en la pared de enfrente estaba la puerta para llegar a las escaleras. Corrí a toda prisa y abrí la puerta con fuerza.  

No hice ningún tipo de pausa y bajé escaleras abajo para llegar hasta el parking. Antes de empezar a bajar escalones como un poseso pude oír que los pasos se aceleraban causando un eco terrorífico en el pasillo central.

El primer coche, de color blanco, tenía las puertas cerradas. Una furgoneta estaba abierta de par en par así que entré por la parte de atrás cerrando lo más rápido posible todas las puertas. Era la furgoneta de la floristería y las llaves estaban puestas en el contacto. La cabina de transporte de mercancías no tenía ventanas y había algunos sacos de tierra. Me tumbé sobre los sacos y cerré los ojos con fuerza. Sé que esta acción me impediría salir de esa escena llena de peligro como quería pero la suerte ya estaba echada.



Las bestias no se asomaron al parking. Estaba a oscuras en la furgoneta y la falta de sueño me pasaba factura. Estaba muy cansado y quería trazar un plan para salir de ahí pero era como luchar contra una ola y perder las fuerzas.

1ER ANIVERSARIO de "LOS INFECTADOS"

Hace un año empecé este relato que en un principio empezó como un proyecto personal, el cual quería compartir con todo el mundo que se animase a seguirlo una historia ambientada en un futuro apocalíptico en el que los zombies ( al que llamo en el relato "infectados") dominaban todo.
Desde entonces he obtenido varias felicitaciones y pese a que sé que no soy un profesional escribiendo, poco a poco voy cogiendo más confianza con las letras y más organización a la hora de narrar.

Quiero dar las gracias desde aquí a mi pareja, Mª JOSÉ, que me ha apoyado en todo momento, a MANEL LOUREIRO por su gran trilogía "APOCALIPSIS Z" y CARLOS SISÍ, por su trilogía "LOS CAMINANTES" los cuales me hicieron engancharme por completo a la lectura "Z", a JUAN MANUEL MARTINEZ ZURITA, del blog ZOMBIES  (que os animo a que sigais) que me dio el gran empujón para crear el blog, a todo el mundo que me ha visitado hasta el día de hoy (unos 11200  visitantes) de los que he sacado fuerzas para seguir escribiendo y también a mi gran colaborador en el blog, CHABI ANGULO HERNANDEZ, que en estos últimos meses me ha apoyado muchísimo tanto con sus grandes ideas como sus capítulos especiales ( ZARAGOZA Z) para poder hacer de LOS INFECTADOS más que un proyecto personal.

Espero seguir haciendo más grande el relato, que siga teniendo el exito como el que ha tenido en este tiempo y  sobretodo, que todo el mundo disfrute con la lectura y se aníme a colaborar con el blog y a opinar, ya que gracias a vosotros, esto mejora cada día.


MUCHAS GRACIAS "INFECTADOS"


viernes, 20 de julio de 2012

LOS INFECTADOS_ZARAGOZA "Z" (CAP.ESPECIAL 1)

Hace unos días comuniqué por FACEBOOK la colaboración en el relato del escritor Chabi Angulo Hernandez ( 74 Brisas de la luna y Poemas de Jazz) aportando capitulos especiales al relato "LOS INFECTADOS"
Estos capitulos especiales, se desarrrollan paralelamente a lo acontecido en los demás capitulos pero en un escenario distinto:  ZARAGOZA

Desde aquí dar las gracias a Chabi Angulo por la gran aportación al relato, que poco a poco va cogiendo más aceptación entre los seguidores.

Ahora, toca que lo disfruteis vosotros y que opineis sobre ellos.

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               "Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.
                                                                     El principito (Antoine de Saint-Exupéry).



Hay que hacer pausas y reflexionar antes de cometer una atrocidad en el camino. Esos momentos, erróneos, son los que siempre se quedan tatuados en el cerebro para el resto de tus días. Un sabor, un olor, un lugar que has visto, el tacto de algo suave o escuchar alguna pieza clásica que pueda relajarnos y llevarnos al punto de inicio...

Pero hay cosas invisibles que notas con las miradas o escuchando un debate. Esas inmundicias que te hacen erizar los pelos de la nuca y que sientes que son pura maldad. Te callas, como mucho carraspeas esas palabras sucias que están haciendo hervir los cinco litros de líquido rojizo que pasan por tu cuerpo y prosigues con otro tema o te alejas como gato del agua.

Hoy, después de la gran infección, tuve que cambiar y añadir uno de esos tatuajes en mi mente. Llevaba días callándome y a sabiendas que podría pasar algo en este cuchitril, como una crisálida, eclosionó mi violencia acabando con mi compañero.


Él era uno de los empleados de este lugar. Cuando yo huía de las garras de un policía enloquecido por probar mi carne, él cerró la puerta del centro comercial donde trabajaba en el momento de la pandemia. Estuve pidiéndole a través de la puerta que me la abriera.

No tenia este machete, era un ser frágil, inocente… diría incluso, en mi contra, que siempre estuve protegido por mi madre. Mi madre… a saber dónde estará ahora.

Casi podía sentir el aliento de ese ser en mi nuca cuando la puerta se abrió y con las quejas del seboso de Oliver salve mi vida.

Pasaron minutos y dentro del centro comercial no se oían sino los ruidos de ese ser ansioso por entrar y convertirnos en su banquete particular. No se rendía dando sacudidas fuertes a la puerta. La entrada es un pasillo que va colmado de cuadros de algún pintor contemporáneo y no se escuchaban sino los sonidos desesperados del policía.

Mientras tanto estuvimos días deambulando por el lugar y cerramos cada puerta que daba al exterior. Oliver no hacia sino quejarse de todo. Por las noches le oía lloriquear. Siempre pronunciaba el nombre de Esther Padilla.

En los pequeños locales no había ninguno de esos cadáveres andantes pero en el supermercado sí había una mujer. Estaba encerrada en una cabina con una cristalera muy grande. Su cara estaba desfigurada y de cintura para arriba estaba desnuda. Prácticamente tenía puesto una falda azul con un cinturón pequeño de cuero. Su pelo estaba ya seco y apelmazado a causa de la sangre. Este último ya era oscura, seca y dejaba manchas en sus pechos como si le hubieran tirado una gran taza de café.

Daba golpes en el vidrio con la cabeza y dejaba manchas. Nos quedamos mirándola y observamos que la puerta, única que daba al cubículo, estaba cerrada con llave.

Oliver se puso nervioso y yo estaba como extasiado mirando como una mujer, por primera vez en mi vida, me deseaba. Irónico, ¿verdad?

Oliver me empujó para llevarme hacia el supermercado. Los golpes se escuchaban desde dentro de la cabina.

- Te buscas la vida amigo. Aquí el rey soy yo hasta que nos rescate el ejercito – Me explicaba mientras miraba los productos lácteos de una nevera del supermercado.

No le respondí, caminé por otro pasillo y pude localizar la sección de bazar. Había muchos blisteres bien colocados de herramientas. No pensaba sino en defenderme y la regla de oro era estar alejado de esas bestias.

De repente, me apoyé en el primer estante que estaba cerca de mi y no pude contener una arcada.

Oliver se acercó con las manos ocupadas con dos cestas de compras llenas de comida.

- jajaja, serás imbécil. Eres un puto cobarde – Se burlaba mientras dejaba las cestas en el suelo.

Le sonreí aun mirando mi propio vomito. Comencé a odiarle. Me estaba acelerando mi corazón con solo sentir su presencia y mi estomago hacia ruidos gástricos como si sentenciara su imagen con un nuevo vomito. Su olor se introducía en mis fosas nasales como un gas maloliente y nauseabundo.

El tipo siguió buscando lo que más le gustaba del supermercado pero yo, no. Primero quería saber defenderme de esas cosas porque tenía la suficiente comida hasta que llegara el rescate.

Cuando ya me repuse levanté la mirada y en el mismo estante había una radio. Eran de esas pequeñas de color gris que van con pilas y que los abuelos llevan a la plaza del barrio para escuchar el futbol.



Cuando salí de mi casa, antes de todo esto, recuerdo como estaba la calle. La gente corría de un lado a otro intentado salvar sus pertenencias por el estado de alarma que había y de repente se escucharon gritos que se mezclaron como si una bandada de pájaros piaran y uno fuera un buitre.

Mucha gente conseguían introducirse en los vehículos por seguridad pero estábamos los de a pie, congelados y mirando de un lado a otro de la calle. Dos tipos caminaban mirando hacía cada uno de nosotros. Parecían dos tigres escogiendo sus presas y éstas no daban crédito a lo que veían. Aun estaban a una distancia. Se anunciaban en la televisión como producto de un virus pero no lo tenían claro aun. Lo que vimos eran dos policías que no paraban de gruñir. Uno de ellos tenía el cuello desgarrado como si un perro enorme le clavara las fauces y arrancara sus carnes.

El otro no tenía nariz. Me costó mucho fijarme pero su labio superior y su nariz no se veían e imagine a dos policías arrestando un lunático que pretendía morder a una tercera persona. Les atacaría sin dudas ni remordimientos y estos dos no se lo esperaban.

La primera victima en caer fue un chaval con bicicleta y mochila. No le dio tiempo el reaccionar aun teniendo los pocos segundos que nos regalaron esos monstruos. Una mujer con un bebe en los brazos intentaba desesperadamente entrar en alguno de los coches donde una familia lloraba. La mujer del interior tapaba la cara de una niña de siete años que lloraba y el conductor, imagino que el padre, gritaba.

La mujer me miró viniendo hacía mi pero el otro policía la alcanzo saltando desde el capó de un vehiculo que hizo caer a la mujer al suelo.

Recuerdo correr sin mirar atrás la gente gritaba y salieron de todos lados. Lo que no me di cuenta es que una de esas bestias me seguía hasta que llegue al centro comercial.



Ahora… ahora tengo estos recuerdos. Estos son los comienzos de mi historia y estoy delante del cadáver del malnacido Oliver. Su cuerpo está lleno de sangre y yo… Dios mío, he matado.

Acabé con esta lacra que tenia la sociedad. Pero que estoy diciendo, ¿sociedad? ¿Dios?

No hay nada. Se acabo. Nos hemos destruido a nosotros mismos jugando a ser dioses y resulta que encima nos matamos entre nosotros.

No podía con sus mentiras. La gota que colmó todo esto es que la famosa Esther Padilla que nombraba en sus sueños era la chica muerta que estaba en la cabina. Esa pecera donde la mujer estuvo encerrada pertenecía a la lotería del estado. Era una cajera del supermercado que Oliver siempre acosaba y cuando llegó la pandemia ellos se quedaron encerrados… dijo él. Mentira, todo era una gran farsa para engañar a la chica.

El seboso intento violarla y con el forcejeo la mató. En unos minutos despertó pero convertida en una de esas cosas. Por eso se ponía nervioso cuando la escuchaba, cuando pasábamos a buscar más víveres y quiso acabar con su existencia pero algo salió mal.

Se nos fue de las manos pero pudimos escapar metiéndonos en ese cubículo maloliente donde no parabas de quejarte. Gracias a este lugar tan pequeño y sin nada de comer salvo una maquina de chocolatinas hablaste de tu crimen. No se como conseguiste convencerme para que acabáramos con ella pero ahora aporrea la puerta intentando vengarse. Todo se paga en este mundo Oliver, todo se paga.

Cuando lo confesaste no sabíamos cuanto nos quedaba de vida. Salió de tu boca como puñales afilados hacía mí. Eso no estaba nada bien.


Frente a mi hay un espejo y puedo verme. Oliver esta tirado en el suelo con la garganta abierta. Con tanta sangre no se si se ha ahogado en ella o desangrado como un cerdo.

Tengo barba, nunca me la había dejado tanto y mi camisa azul, sucia y con manchas de sangre esta para tirar. Los pantalones vaqueros negros que tengo están desgastados pero pueden aguantar una buena temporada. Mis ojos… nunca olvidaré esa imagen que me atormentará el resto de mis días. El machete que tengo en la mano no quiero soltarlo. Lo cogí del supermercado cuando planeamos matar a Esther. Bueno, lo que era ahora esa mujer.

Un ruido me alertó apartándome del cadáver de Oliver. Con movimientos bruscos intentaba ponerse de pie y emitía pequeños gruñidos. Me estaba poniendo más nervioso de lo que ya estaba. No podía esperar. Debía matarlo de inmediato.

La zombi que estaba fuera aporreaba más la puerta y de repente, Oliver giro lentamente como si despertara. Apoyó las dos manos para levantarse y me miró. Su cara estaba totalmente llena de sangre pero sus ojos eran diferentes.

- ¿Oliver? – Interrogué con un susurro temiendo lo peor.

Gritó y se disponía a saltar sobre mi si no fuera porque no dude en cortar una de sus manos. Me desplacé hacia un lado y observe como la criatura volvía a levantarse. No quería rendirse y no podía permitir que me mordiera. Seguía un instinto animal como si hubiese retrocedido en el tiempo.

- Lo siento de veras – Le dije levantando el machete sobre mi cabeza – descansa en paz cerdo.

El machete bajó acompañada por mi furia. El filo se clavó en su cráneo. Esa cosa ya no se movía. Este pequeño almacén se hacía más pequeño a cada segundo que pasaba. El olor de la sangre fresca se mezclaba con el hedor de todos estos días pasados.



Esther golpeaba la puerta con más ira. Creo que la monstruo quiere su ración. Debía salir de esa madriguera de la muerte y acabar con la mujer. Podría comer, asearme, cambiarme de ropa e incluso empezar la búsqueda de soluciones.

Creo que no se lo esperaba. Abrí la puerta y con rapidez clavé mi arma en su estomago. Seguía intentando cogerme con sus manos alargándolas lo máximo posible.

Le asesté una patada y cayó al suelo. Era mi oportunidad, nuevamente le propiné una patada para que no se levantara y luego, como con Oliver, maté a la mujer.

Miré a mí alrededor y no había nadie. Claro que no había nadie. Posiblemente sea la última persona en el mundo.

Ahora tenía que descansar y mañana será otro día.