Me cambié de ropa y me aseé como pude en los baños de
mujeres. Había un silencio sepulcral de tal intensidad que todo lo que ocurrió
en estas semanas me pareció una pesadilla. El contacto con el agua me ayudó a sentirme mejor; estos días de comer a base de
chocolatinas y agua me habían hecho perder unos kilos.
Estaba afeitándome, cuando me hice un corte en la mejilla y
me obsesioné de tal forma que de tanto lavarme y restregarme con una toalla,
la cara se me puso tan roja que me hizo sacar las mejores carcajadas… que
acabaron apagándose para dar paso a las lágrimas. ¿No era de locos todo lo que estaba pasando?
Dormí en unos sofás que había en medio del pasillo que tenía
varias ventanas que daban a la ciudad de Zaragoza. He dicho sofás porque
durante la noche me estuve despertando por ruidos en la calle y asomándome con
precaución para no delatarme y cada vez que lo hacía me cambiaba de sofá. Ahí
estaban, paseándose por la negra noche donde ya no había luces, pero sus
siluetas vagaban de un lado a otro buscando cómo alimentarse, apoderarse del
cuerpo de algún desgraciado y destrozarle como pasó cuando huía de mi casa.
Escuché un disparo en la lejanía. Fue en unas de las veces
que cambiaba de sofá y el sonido recorrió mi cuerpo en forma de escalofríos y
acompañados por el sentimiento de miedo. Mis labios comenzaron a temblar y como
un niño pequeño me acerqué de nuevo a las ventanas. Miré todo el tiempo el
patio de mercancías y el callejón pero no vi nada especial. Pensé en bajar al
supermercado y trazar un plan para moverme y buscar a otros como yo.
Absorto aún con el pensamiento de irme no me percaté de que
una de las puertas estaba abierta. Corrí por el pasillo nada más darme cuenta
para bajar y averiguar cómo estaba la situación. Por el camino resbalé por culpa
de los azulejos pero no llegué a caerme. Recuperé rápidamente el equilibrio y
bajé las escaleras sin olvidarme de saltar en un rellano para ahorrarme unos
escalones. Saqué del bolsillo una linterna que antes de subir a las oficinas
había cogido de la tienda.
Tenía el corazón a punto de salirme por la boca y esto
alimentaba mi desasosiego cada segundo que se sumaba a mi posible final.
- ¿Final? Vamos Ángel – Me animé a mi mismo – Eres
estudiante de psicología y siempre has tenido autocontrol.
Paré en seco en medio del supermercado, aunque sentía mi
propio pulso y escuchaba cómo mi respiración se aceleraba por momentos.
El silencio seguía acompañándome y mi sensación era que esta
misma noche me estaba traicionando. Su mudez y la duda de saber si una de esas
cosas me vigilaba entre un estante lleno de televisores para saltar sobre mi y
devorarme me tenían en vilo.
La poca luz que había entraba por las ventanas y de la
linterna que aún tenia en mi mano. La tenía sujeta con firmeza pero a pesar de
ello temblaba.
De repente, de un lado del lineal salió una mujer mayor
gruñendo como un perro. Su brazo izquierdo no estaba colocado en su sitio como
debería ser, pero no podía impedirle que me mordiera.
Comenzó a acelerar el paso hacia mí cuando orienté la luz
sin querer enfocando su cara. Estaba a escasos metros de ella y solo se me
ocurrió coger un televisor pequeño y lanzarlo con tanta fuerza que sólo la hizo
desequilibrar un poco. Hacer lo mismo que hice con Esther no iba a funcionar,
así que sólo me quedaba la oportunidad de correr de nuevo y salir de ahí.
Llevaba unos zapatos de tacón bajo, así que podía escuchar
sus pasos detrás de mí pero le costaba mucho alcanzarme. Me metí entre los
lineales de electrodomésticos y me detuve un momento para localizar a mi depredadora.
Su gruñido podría atraer a los que estaban fuera y no me apetecía ser la cena
de nadie.
Entre las neveras me di cuenta de que estaba al otro lado
intentando localizarme. Aproveché para tirar una de las neveras, intentando que
cayera sobre ella para bloquearla. Sus gritos tenían que parar de una vez por
todas. Quería acabar con ella de una vez e incluso acabar con toda esta
pesadilla y volver a estar en mi piso estudiando para el examen de psicología
social.
Me subí sobre la nevera que aún estaba encima de la señora. Tenía una fuerza descomunal pero podía mantenerme sobre la nevera, aunque parecía un surfista subido sobre su tabla cogiendo olas en las costas cántabras.
Me subí sobre la nevera que aún estaba encima de la señora. Tenía una fuerza descomunal pero podía mantenerme sobre la nevera, aunque parecía un surfista subido sobre su tabla cogiendo olas en las costas cántabras.
La mujer se movía tanto para quitarse de encima la nevera
que me tiró hacia un lado dejándome en el suelo. La linterna daba vueltas en el
suelo alumbrándonos con un efecto intermitente y sentado comencé a recular
buscando algo para defenderme de la mujer mientras la veía venir arrastrándose con
intención de agarrarme un pie con su única mano.
Palpé un objeto que podía coger con la mano y no dudé en
estrellarlo en su cabeza. Se hizo pedazos y me di cuenta, cuando me quedé con
el asa en la mano, de que era una jarra. Giré y pude ver que estaba en una
balda llena de jarras de todo tipo. La linterna dejó de dar vueltas en el suelo
y la alumbraba a ella. Era la ocasión de acabar con la mujer que se volvía de
nuevo hacia mí.
Me sentí como un alemán en la Oktoberfest cogiendo dos
jarras inmensas. Cuando le tiré las jarras la mujer siguió avanzando pero me
dio tiempo a levantarme. Cuando caminé unos pasos de espalda, sin quitarle el ojo
de encima, me di cuenta del extintor que colgaba en una columna. Rompí su
cabeza con él. La mezcla de su pelo plateado con la sangre y restos de hueso
craneal cruzó mi mente como si fuera un cartel luminoso de publicidad. Recogí
la linterna del suelo y luego dejé caer el extintor al suelo.
No podía soportarlo más, estaba a punto de explotarme la
cabeza. Tenía el pelo totalmente mojado de sudor y mi frente retenía algunas
gotas que no bajaban hacía mis cejas, como si también se hubieran asustado por
la experiencia pasada.
Comencé a andar hacia el local donde estaba con Oliver antes
de quedarnos atrapados en el almacén. La linterna seguía funcionando y fui caminando
por los lineales para llegar a mi destino, donde me esperaban la mochila y los alimentos
para salir de aquí. Un sonido me puso los pelos de la nuca de punta y apresuré
el paso. Estaban entrando por la tienda y no me quedaba otra que escapar de
ahí. El único plan que veía factible era bajar al parking pero no sabía si tenía
escapatoria desde ahí.
Cogí la mochila y metí varias latas de comida. Me acordé de
la radio y de una palanca que había cogido con anterioridad. Cuando ya me
colgué la mochila oscura a mi espalda salí al pasillo para mirar si estaban
cerca. Podía escuchar sus pasos de un lado a otro; en la pared de enfrente
estaba la puerta para llegar a las escaleras. Corrí a toda prisa y abrí la
puerta con fuerza.
No hice ningún tipo de pausa y bajé escaleras abajo para
llegar hasta el parking. Antes de empezar a bajar escalones como un poseso pude
oír que los pasos se aceleraban causando un eco terrorífico en el pasillo
central.
El primer coche, de color blanco, tenía las puertas
cerradas. Una furgoneta estaba abierta de par en par así que entré por la parte
de atrás cerrando lo más rápido posible todas las puertas. Era la furgoneta de
la floristería y las llaves estaban puestas en el contacto. La cabina de
transporte de mercancías no tenía ventanas y había algunos sacos de tierra. Me
tumbé sobre los sacos y cerré los ojos con fuerza. Sé que esta acción me
impediría salir de esa escena llena de peligro como quería pero la suerte ya estaba
echada.
Las bestias no se asomaron al parking. Estaba a oscuras en la
furgoneta y la falta de sueño me pasaba factura. Estaba muy cansado y quería
trazar un plan para salir de ahí pero era como luchar contra una ola y perder
las fuerzas.